Brasil: Primavera árabe… ¿tropical?
Mucho se está hablando estos días sobre las manifestaciones y disturbios que están ocurriendo a lo largo y ancho de Brasil. Brasil, ese paraíso en el imaginario colectivo, en su día evocando playas maravillosas, caipirinhas y gentes cálidas y acogedoras y, de un tiempo acá, además, una tierra de promisión, enclavado en los fabulos BRICS: un lugar para soñar, sin duda. Pero, como suele acontecer, no es oro todo lo que reluce.
Yo vivo en Brasil buena parte del año e, inicialmente, me pillaron desprevenido las manifestaciones, no tanto por la inexistencia de motivos, como por la ausencia de antecedentes: el pueblo brasileño es muy pacífico y con una enorme capacidad de disfrutar el presente. No en vano, en las encuestas sobre los países más “felices”, Brasil suele salir siempre entre los primeros clasificados.
Entonces, ¿qué está pasando? Aparentemente, una subida de veinte centavos de real en el precio del autobús ha provocado estas revueltas. No puede ser: a pesar de que en la mayoría de las ciudades no existen billetes de transportes combinados y hay multitud de empresas de autobuses haciendo los recorridos -con lo cual son veinte centavos más en cada transbordo- y a pesar de que la calidad de ese transporte es pésima, con autobuses superpoblados, sucios y peligrosos, no puede ser sólo eso.
El otro día, estando en mi despacho, en Salvador de Bahía, me sorprendió un barullo impresionante que venía desde calle: una manifestación de miles de personas, se veía muy bien desde un decimoséptimo piso, se acercaba. Decidí bajar a curiosear. El ambiente no era muy distinto al de las manifestaciones que hay día sí, día no, en España, con su mayoría de jóvenes, sus viejitos -pocos pero muy animados- y sus camorristas (siempre hay alguno). Mientras caminaba junto a un grupo de estudiantes me dí cuenta de que aquellos indignados se parecen mucho a los nuestros: apolíticos, mayoritariamente pacíficos, organizados informalmente mediante redes sociales y que no buscan el cambio del sistema, sino una mejora del mismo. En el caso de España se habla de no destruir el estado del bienestar, y en Brasil, de construirlo.
La derecha más conservadora dice que es un movimiento politizado por activistas de extrema izquierda, lo cual no es cierto, y la izquierda (o el Partido de los Trabajadores, actualmente en el poder en buena parte del país), confusa, balbucea que apoya las manifestaciones del pueblo si son pacíficas, bla, bla.., pero lo cierto es que la clase dirigente, sea del signo político que sea, se encuentra en estado de shock, desorientada ante una exhibición de cabreo inédita desde, si quitamos la época del impeachment a Collor de Mello, la dictadura militar.
Hoy, buena parte de los ayuntamientos de las grandes capitales de Brasil han decidido eliminar la subida de precios de los transportes públicos, para calmar a los revoltosos. En vano. Si creen que lo que tienen es un problema de un real al día, se equivocan. El problema es de mucho mayor calado: un sistema sanitario, una educación y unas infraestructuras públicas muy deficientes, han provocado la ira de, al menos, dos sectores de la población: aquellos que son usuarios directos de ese sistema y aquellos que tienen que contratar seguros médicos, escuelas y seguridad privadas para evitar pertenecer al anterior grupo, todos ellos preguntándose dónde van a parar los ingentes impuestos que pagan. Y esa gente son muchos millones de personas, los que se manifiestan apenas son una pequeña representación, apoyados por aquella mayoría. Todo ello en un ambiente, no lo olvidemos, de aparente celebración: estamos en plena Copa de las Confederaciones de fútbol (antes se llamaba mundialito, me gustaba más) y a las vísperas del Campeonato mundial de 2014 y de las olimpiadas de Río 2016. O sea, agárrense que vienen curvas, los indignados no son tontos y saben muy bien cuando y donde va a ser mayor su notoriedad.
Así pues, lo que está ocurriendo es que el pueblo ya no es mayoritariamente ignorante, gracias, en buena parte a los progresos -a pesar de todo- en materia de educación y en la renta media disponible, y que, por muchos campos de opio que las clases privilegiadas planten (bolsa-familia, fútbol, carnaval…), el país necesita con urgencia reformas que le lleven a lo que se espera de él: una democracia avanzada, igualitaria, sin caciques ni corrupción generalizada, con unos servicios públicos acordes a la inmensa riqueza que Brasil atesora.
Ya pueden bajar el precio del billete del ónibus: esto no hay quien lo pare.