Y EL GANADOR DEL MUNDIAL ES… BRASIL!

Sí, como lo oyen. Y eso que vi el partido del domingo pasado, en el que ganó Alemania a Argentina por los pelos. Sin embargo, el verdadero ganador de este mundial, aunque ellos ni lo sepan, es el pueblo brasileño.

Me explico: en primer lugar, en Brasil, el fútbol es más que el opio del pueblo. No hay, de lejos, nada que les interese más que el fútbol y, particularmente, la selección nacional. El amor al fútbol y un nacionalismo “blando” cuyo origen está en cierto aislamiento de un país de tamaño continental en un subcontinente hispano-parlante producen un estado de euforia y una pasión indescriptible: he visto tranquilos ancianos maldecir como estibadores y a jóvenes pijas acordarse de los ancestros del árbitro de la manera más grosera. Por otra parte, el brasileño es un ser cortoplacista, para el que el futuro a medio plazo está borroso y el de largo plazo, simplemente, no existe. El momento es ahora y lo que existe es lo que está pasando en este preciso instante. Mañana… ya veremos.

Si sumamos los dos hechos anteriormente mencionados conseguimos entender porqué en este último mes, en Brasil, sólo ha existido una cosa: el campeonato del mundo. Ucrania, la ortodoncia del niño, cambiar de coche, pedir una mejora en el sueldo, la inseguridad ciudadana… puede esperar, que esta tarde hay partido. En la ciudad que yo vivo, la mayoría de las empresas cerraban a las 12 a.m. los días de partido en la ciudad o partido de Brasil para que la gente pudiera irse a casa a verlos. Y, hasta la debacle de Alemania, después de cada partido, mucha gente faltaba al trabajo por la resaca de la fiesta post-partido. El mundo se podía hundir, la canarinha estaba en juego!

Hablemos de la debacle: 7-1! El sueño acabó, vuelta a la realidad de la manera más desoladora. Si Brasil hubiera ganado el mundial (contra Argentina ya hubiera sido éxtasis total), el pueblo habría entrado en un periodo de ensueño y felicidad que probablemente habría excedido las próximas elecciones presidenciales del 5 de octubre. O al menos, habría tomado parte en el debate electoral, pues, sin duda, los poderes actuales habrían capitalizado el éxito deportivo en beneficio político.

Y no es eso lo que precisa este país. Sin entrar a posicionarme a favor o en contra de este o aquel partido político, sí tengo la certeza desde mi posición de residente extranjero en Brasil – y, por tanto, desapasionado- de que este país está necesitando cambios, agitación, debate, pues las carencias en infraestructuras básicas como la educación, la sanidad o la violencia amenazan con hacerse crónicas. Por razones parecidas aprovecho para saludar los movimientos que hay en España tanto en partidos tradicionales como en recién llegados: nadie puede quedarse dormido, o nos caeremos del árbol de la felicidad. El despertar ha sido súbito, abrupto, en plena fase REM, y el mal humor generalizado. De momento el objeto de la ira es el entrenador Felipão o el delantero-paquete Fred, pero de aquí a poco, volverán a mirar la cola en hospital, la lejanía de la paupérrima escuela o los agujeros en las calzadas y traspasarán esa ira, totalmente justificada, a los dirigentes políticos.

En Brasilia, dada la cercanía de las elecciones, están pensando qué hacer para contrarrestar esa ola de irritación que habría sido amor en caso de victoria. Las protestas del invierno de 2013 aparecen como sombras de cara a la campaña electoral. Y son las protestas, la conciencia política y el compromiso ciudadano lo único que va a poner a trabajar a una clase política tan acomodada como perezosa: albergo esperanzas de mejoras para el futuro en función del necesario condimento que ha de poner en la campaña electoral el malestar ciudadano proveniente del fracaso deportivo en el mundial.

Y así, quizás, la Copa del Mundo de 2014 será aquella que Brasil perdió en el campo… pero ganó en la calle.